miércoles, 16 de enero de 2013

ESTADOS UNIDOS ¿UNA SOCIEDAD MODELO A SEGUIR?

Por César Luis Suárez Rojas
La muerte de veinte niños y seis adultos,  en la escuela Sandy Hook de Newtown, estado de Connecticut, por actitud criminal de un joven de veinte años llamado  Adam Lanza, natural de Hoboken (New Jersey); es preocupante no sólo para el pueblo norteamericano, sino, para el mundo entero. Lo sucedido  no es  la primera vez que ocurre esta tragedia, y con razón Barack Obama  presidente de  EE.UU. cuestionó la cultura actual de su nación con relación a la posesión de armas. Claramente dijo: “Esta es la cuarta vez que ocurre una tragedia como esta en mi período. No podemos asumirlas como el precio a pagar de nuestra libertad. Y se preguntó ¿Estamos preparados para decir que somos poderosos?"
Me parece oportuno, reproducir  un artículo interesante desde mi punto de vista, publicado en 1947 en la Revista  Selecciones del Reader’s Digest.  Veamos:
FRUTOS AMARGOS DE LA EDUCACIÓN NORTEAMERICANA
(Condensado de “This Week Magazine”)
Por Philip Wylie
El SISTEMA de enseñanza que se sigue en los Estados Unidos ha desilusionado al mundo. No es necesario hacer estudios detenidos para descubrir nuestra incompetencia intelectual y nuestra falta de valor moral. La tercera parte de nuestros matrimonios acaba en divorcio. El hogar estadounidense no se afana por mejorar como centro de la vida de familia, sino que se conforma con ser una especie de hotel mecanizado, una estación de abastecimiento, y nada más.  Nuestra juventud es indisciplinada y cada vez más proclive a la delincuencia.  El adulterio es norma y no excepción entre nuestros descontentos adultos. Nuestras cárceles rebosan de delincuentes, y nuestros hórridos asilos están atestados.  Ni siquiera tenemos donde alojarnos debidamente.
Nos ufanamos de no ser agresores rapaces, pero hemos cometido una agresión terrible contra nuestros propios descendientes. Hemos despojado el continente destinado a ser suyo de todo recurso –árboles, tierra, gasolina, hierro, plomo, cobre y estaño-- para librar guerras que pudimos haber evitado con un poco de valerosa previsión, y para fabricar automóviles que cada año mutilan a un millón de nuestros compatriotas.
Este saqueo de los Estados Unidos se duplica a causa de la pasión que tenemos por la “moda”, pasión que nos hace desechar lo que producimos antes de agotar su utilidad.. Hemos despoblado de pesca vastas zonas marinas y contaminado el agua de nuestros ríos; nos vemos anegados por inundaciones anuales y permitimos que las aguas nos despojen de nuestra propia tierra.
¿Cuál es la razón para que ciento cuarenta millones de seres humanos hayamos llegado a semejante estado de miopía? ¿Cómo hemos perdido de vista nuestro cometido de campeones de todas las libertades para transformarnos en simples buscadores de la seguridad?
Naturalmente, la razón está en nosotros. Pero el proceso de nuestra corrupción y degradación puede seguirse mejor si empezamos analizando nuestro sistema escolar. Téngase en cuenta que cuando preguntamos qué pasa con nuestras escuelas, no hacemos sino preguntar que pasa con nosotros mismos.
Durante el siglo diecinueve, la escuela estadounidense, alojada en su modesto edificio de ladrillo rojo,  tenía una finalidad fundamental y exenta de complicaciones, a saber: enseñar el significado de la libertad y las responsabilidades  inherentes a ella; enseñar a los ciudadanos su propia lengua para que pudieran pensar con exactitud y comunicarse inteligentemente; proporcionar conocimiento básico de las verdades científicas; e infiltrar en los educandos esa disciplina juvenil que constituye el cimiento indispensable de la propia disciplina en la edad adulta.
El siglo de aquella escuela apreciaba el conocimiento y la sabiduría y consideraba la instrucción como el máximo bien. Los maestros se contaban entre los vecinos más valiosos y respetados de su respectiva localidad. Los libros eran preciosos. Las austeras aulas daban mujeres y hombres austeros que acometían con entereza sus tareas por duras que fueran. Las gentes instruídas de entonces conocían la ciencia, la historia, la política y los acontecimientos de su época.
Más aún, hubo hombres,  como Adams, Jefferson y Lincoln, que desentrañaban la filosofía de nuestra constitución y supieron exponerla en palabras que quedaron en los muros del tiempo y enriquecieron la historia de la humanidad.
El primer fracaso de nuestras actuales escuelas es la creciente desatención a la enseñanza de la gramática. El graduado de hoy día en las escuelas de los Estados Unidos es tan desmañado en el empleo de las palabras, los tiempos y las formas retóricas, que carece del equipo mental necesario para el pensamiento lógico y su expresión racional. Tiene el cerebro tullido porque la escuela no lo ha provisto de medios para pensar. Ni siquiera es capaz de meditar sobre los problemas de la comunidad en que vive. ¡Y casi todos los estadounidenses han llegado a ser así!
Al fracasar en su propósito fundamental –la enseñanza de la articulación—nuestro sistema escolar ha fracasado en todo lo demás. Tenemos las mejores comunicaciones de la tierra, pero no podemos utilizarlas para empeños importantes. ¡Después de siglo y medio de enseñanza obligatoria y gratuita, el denominador común del interés estadounidense en las comunicaciones radiadas son los dramillas cursis del género espeluznante! Lógicamente  puede esperarse que toda tentativa de utilizar aquel medio de difusión para propagar ideas y enseñar verdades a un público mudo y estúpido resulta en gran parte vana.
Otra tragedia es el constante desprestigio de nuestras escuelas. Ésta pérdida de autoridad puede atribuirse a la sustitución del ideal que alimentaba el siglo diecinueve, la importancia de la educación, por el nuevo ideal estadounidense  que consiste en la conquista del progreso por medio del engrandecimiento material. Cada día es mayor la tendencia de nuestras escuelas a considerar como su misión principal la enseñanza de un oficio. ¡Pero dominar un oficio nada tiene que ver con la instrucción necesaria para ser ciudadano consciente de una república!  Por eso, a medida que nuestras escuelas se preocupan más y más de la “vocación”, su autoridad moral y su prestigio intelectual van disminuyendo.
Los maestros han inculcado perseverantemente en el ánimo de los graduados escolares contemporáneos las ideas de que los Estados Unidos son un país bendito, admirable y casi perfecto; que el sector donde vive es con mucho el más noble y justo de todos; y que su ciudad natal excede en virtudes a todas las demás del estado. Todo esto es pura propaganda, absolutamente lo contrario de una buena instrucción.
A consecuencia de ello los estadounidenses no sólo son regionalistas respecto al mundo, el cual desconocen, sino que son regionalistas entre ellos mismos.
Junto con la valía de nuestra educación ha disminuido la paga del personal docente. El conserje de la escuela gana más dinero que algunos de los maestros. Hoy el prestigio y la remuneración han descendido tanto que no atraen al campo de la enseñanza en número de nuevos maestros necesario para que el sistema escolar continúe funcionando, y mucho menos para renovarlo.
El objetivo que persigue la instrucción es, a mi entender, guiar a los niños hacia la madurez, trasfomándolos en personas capaces de expresarse bien, autodisciplinadas, razonables, bien informadas y responsables. En último término, la felicidad depende de dos cualidades individuales: la confianza en sí mismo y la confianza en los demás. La escuela del siglo diecinueve aspiraba, cuando menos, a inculcar dichas cualidades, cuyo valor era obvio y cuya adquisición se consideraba generalmente deseable en aquellos tiempos.
Lo único que nos queda de esos ideales es el progreso material. Somos una nación de niños que se niegan a crecer. Las diversiones de los alumnos de escuela primaria continúan siendo principalmente las del adulto estadounidense: juegos, deportes, fiestas, cuentos cinematográficos de hadas, melodramas radiados, narraciones novelescas de las revistas e historietas cómicas de la prensa en general. Usamos los automóviles como cochecillos de nene agrandados.
El hombre educado es maduro. Su madurez se funda en el pleno dominio de su idioma; en la comprensión de principios generales, no de novedades mecánicas; en la verdad, no en la propaganda. El hombre instruido procura aumentar su tesoro de verdades y su acervo de conocimientos durante la vida entera. Su amor a la humanidad no es sentimental sino sincero, y se manifiesta en obras. Es hombre digno de confianza. La libertad es su principio fundamental y sirviéndola a ella se sirve a sí mismo.
Ha llegado la hora de que emprendamos la liberación de nuestras escuelas. Busquemos y paguemos a maestros que merezcan nuestro respeto; --y respetémoslos—para que nuestro sistema de enseñanza deje de producir niños grandes, ensimismados y devotos de las bagatelas.
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IN MEMORIAN
En Newtown, Connecticut, 14 enero de 2013, exactamente un mes después de que  niños y  adultos fueran asesinados a tiros en la historia de EE.UU, se publica este artículo en la página WEB: www.peruypunto.blogspot.com